Don Rickles, el humor en serio

rickles-trumanMe tuve que enterar de la reciente muerte de mi admirado Don Rickles por mi profesora de inglés, Amanda, que no sabía quién era hasta que yo le hablé de él durante una clase. Maldita la gracia. Al acabar la lección, la teacher se fue a su casa, googleó Rickles para conocer más de la vida y obra de este humorista –ambas muy interesantes– y dio con la noticia de su muerte, el pasado 6 de abril, a los noventa años de edad. “Se ha ido demasiado joven”, explicaba en su programa, entre sinceros sollozos, Jimmy Kimmel, otro afamado humorista y presentador de la última gala de los Oscars. Yo entendí el chiste de Kimmel, que no era tal.

Nos guste o no, los norteamericanos nos llevan ventaja al resto del mundo en eso que resumimos como “televisión”. Y en el maridaje entre televisión y humor, nos ganan por goleada. Me basta con mi nivel medio de inglés para pronunciar esta sentencia sin miedo a equivocarme. Ayudados además por un idioma con una agilidad pasmosa para crear neologismos, ellos crearon formatos y los bautizaron para el resto del planeta. Como el late show. El mismo que sublimó Johnny Carson y fusilan hasta el más mínimo detalle –como la taza en la que bebe el presentador– humoristas de nuestros lares como Andreu Buenafuente. Y de muchos otros países, conste.

“Muere el actor Don Rickles, voz de Mr. Potato en ‘Toy Story’ y rostro de películas como ‘Casino’». Ese era el titular del teletipo que dio la Agencia Efe. Nunca un titular se quedó tan corto, aunque entiendo que Rickles, en España, en los últimos años de su larga carrera, se resumía en eso. Incluso él mismo bromeaba sobre ello. También en su tierra, Estados Unidos, sobre todo entre la gente más joven, él era mister Potato y ya está. Pero fue mucho más.

Fueron precisamente sus apariciones en el “Tonight Show” de Carson uno de los hitos en la carrera de Rickles. Allí, el irónicamente apodado Mr. Warmth, presentado entre los compases de “La Virgen de la Macarena”, su tarjeta de visita, desplegaba su poderío. Su repertorio premeditadamente improvisado de “insult comedy”, género del que fue pionero. Charlando con el “host» Carson, Rickles se mofaba de él, del público. De todos y todo. Se hacía el indignado, ejercía de aguafiestas y “follonero”, de “heckler”. Ya fuera ante una audiencia anónima o, especialmente, ante una platea cuajada de famosos. Su especialidad. Como cuando actuó en 1985 en un acto electoral del presidente Ronald Reagan, uno de sus momentos cumbre. Se mofaba de él en el escenario, en la cara del exactor. Luego, le daba la espalda, miraba al público y soltaba con fingido temor: “¿Se está riendo?”. Y siempre acababa su actuación con frases conciliadoras hacia los “insultados”, los ofendidos. «From the bottom of my heart, God bless you” y asunto zanjado.

También son ya míticas sus intervenciones en programas como “The Dean Martin Celebrity Roast”. No obstante, paradójicamente, creo que el mejor roast fue el que le dedicaron a él. El que incluye un monólogo del etílico Foster Brooks que debería enseñarse en las academias de humoristas stand up. Humor sin el fácil recurso de la palabra gruesa, soez. Humor sin fuck, joder. Un reto imposible de superar para muchos humoristas de hoy en día.

Junto a la mesa que presidía Dean Martin, estaba también Frank Sinatra. El rey del “Rat Pack” fue el gran apoyo de Rickles. «La voz” fue el gran avalista que tuvo nuestro humorista en el mundo del espéctaculo. El humor de Rickles podía molestar, no ser entendido. Bromas sobre negros, asiáticos, italianos, judíos como él… Humor en el alambre. Qué mejor que tener un padrino como Sinatra. Un chaleco antibalas.

Porque Sinatra fue quién mejor encajó el humor de Rickles, que se atrevía incluso a bromear con las relaciones entre el cantante y la mafia. “Ponte cómodo Frank, como si estuvieras en casa. Golpea a alguien”, le soltó una vez desde el escenario a Sinatra, que estaba entre el público de un club nocturno. “Oye, Frank. Marco Mangananzo fue herido; Bambino Bombazzo, dos balas en la cabeza”, le explicaba Rickles a Sinatra en el show de Carson. Como si reportara ante el cappo di capi. Lo remataba Rickles con un beso en los morros del de Hoboken, una burla al letal bacio della morte. Frank se reía, ergo: todos podemos reírnos.

Sinatra sabía que era un honor ser insultado por Rickles y hasta se prestó a ser humillado por él hasta extremos insospechados. Si es que es cierta la anécdota que contaba Rickles… y que también he oído con Onassis de protagonista.

Fue en el Hotel Sands de Las Vegas. Rickles estaba cenando en el restaurante con una chica, una cita amorosa. Sinatra también estaba allí, compartiendo mesa con un grupo de personas. Rickles vio la oportunidad de marcarse un tanto ante su ligue. A costa de Frank.

Se acercó a la mesa de Sinatra y le pidió un favor. Oye, Frank, que estoy con una chica a quien quiero impresionar…, le he dicho que te conozco, ya sabes… ¿Podrías acercarte a nuestra mesa a saludarnos? Vale, me termino el café y voy para allá, dijo «La voz».

Sinatra cumple su palabra. Apura su café, se excusa ante sus comensales, se acerca a la mesa de Rickles y saluda:

— Hola, Don, ¿cómo te va?

Y va Rickles y le desaira:

— Ahora no, Frank, ¿no ves que estamos cenando?

Genial, hockey puck.

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